lunes, 5 de marzo de 2012

Mas al norte del recuerdo...


















desde la cima del Cerro Brujo, Lepanto de Puntarenas

Si hay un recuerdo de mi niñez que aún retengo en mis sentidos , es aquél cambio súbito de atmósfera que sucedía en los paseos de semana santa a Lepanto cuando el viejo pick up de mi abuelo pasaba sobre los ríos y riachuelos de camino a Lepanto desde Jicaral . Todo empezaba cuando el traqueteo de los ejes y piedrillas de grava sobre la carrocería cambiaba de pronto al sonido rompiente y centrifugado de las llantas en el agua que hacía olvidar por un momento el chillido característico de los compesadores del destartalado Land Cruiser 72,  y en donde como si fuera a pasar una epifanía, el aire pasaba de ser de un cuerpo áspero y seco de aromas tanto salobre marino como agrio de la boñiga del ganado, a ser un aire fresco, dulzón y embriagante, cuál trago refrescante para la sed acumulada de un viaje que se me hacía de más de siete horas sentado en el cajón de un carretoneado  pero eficiente burrito de carga (como le decía mi abuelo) y donde junto con toda la camarilla de primos y primas hacíamos y deshacíamos a nuestro antojo.

A eso hay que agregarle que la experiencia de ese momento incluía la maliciosa espectativa de un montón de güilas atorrantes que gritando y asomándose por el cajón hacían lo posible por divisar a las aluminas, barbudos y sapos asustados escapando soplados entre las nubes de agua turbia y de barro verdoso que iba dejando el perol.  Pero en medio de eso había algo que rondaba en aquél momento y que a todos nos pasaba por la mente aunque nadie dijera nada y era la posibilidad de  quedar varados en medio del río , que aunque estando en verano su nivel siempre era algo intimidante, tanto que sentíamos como el piso metálico del cajón se enfriaba cuando este pasaba por su parte mas onda , y de hecho una vez casi nos pasa , pero por dicha un vaqueano que venía a caballo nos ayudo guiando por delante a mi abuelo para capearse la parte mas peligrosa del camino.

En fín, todo en esos viajes era un delicioso bombardeo a los sentidos , sobretodo porque era era una experiencia que sucedía una vez al año , desde ahí comencé a sentir la trascendencia desde lo humano con lo natural que hizo en mí la necesidad de  venerar la importancia de la conservación de la naturaleza y sus recursos, pues ahí es que está grabada la memoria de la vida misma...

Por eso hoy proyecto un deseo que aunque suene muy colgado es muy profundo ya que cuando llegue mi hora, quiero ir a morir a Lepanto , específicamente a la cima del Cerro Brujo , aquél lugar mágico donde como parte del tour, el abuelo nos llevaba a ver desde aquella maravillosa cumbre todo el Golfo de Nicoya y mas allá del litoral, ese que hoy en día está en peligro y por que , como según cuenta la leyenda,  el brujo que le dió el nombre a este cerro , yo también querria que mi ánima vigilara este lugar y se encargara de perder a todo aquél que entre a estas tierras con malas intenciones...

en fín !... eso si no es que tengo el pasaporte visado al infierno desde ya...


Si tienen la paciencia de ver el documental "La Paz de los humildes ",tal vez puedan sentir un poco de esa universal nostalgia por un lugar (como existen tantos) en el que el tiempo se detuvo y que  los mismos sátrapas de siempre vienen hoy a quitarnos y desraizar.

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